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MC. Mendina: ¿Por qué nos atormentamos las mujeres?


AFRONTAMIENTO DE PREOCUPACIONES. ¿POR QUÉ NOS ATORMENTAMOS LAS MUJERES? *

Mª Celia Mendina 


 Antes de entrar en el tema que hoy nos ocupa (ocupar en el sentido de emplearse en una tarea, dar qué hacer o en qué pensar) me parece que haría falta definir las palabras que aquí se enuncian: 

- afrontamiento, preocupaciones, atormentamos, mujeres...

Copio del diccionario:

- afrontar: poner una cosa frente a otra/ poner cara a cara/ hacer frente a un enemigo

- preocupar: intranquilizar/ ocupar algo anticipadamente

- atormentar: causar dolor/causar aflicción/dar tormento

- tormento: angustia o dolor físico/ dolor, congoja, angustia o aflicción del ánimo

 Por último (y sin que esto signifique un ordenamiento jerárquico de estas palabras):
- mujer: (existen varias acepciones):
 persona del sexo femenino/ la casada, con relación al marido/ otra: mujer de vida airada:ramera/mujer de su casa: la que ejecuta las tareas domésticas/otra más: mujer bíblica: ramera/ ser mujer: haber llegado una adolescente al estado de menstruar...

 Permitidme una puntualización más:
"Afrontamiento de preocupaciones" parece referirse a una receta: "cómo hacer frente a lo que nos intranquiliza". En cambio, la segunda parte de la propuesta: "¿por qué nos atormentamos las mujeres?", dicho en otros términos ¿qué nos causa dolor, angustia, aflicción?, me pareció más sugerente.

 Ser mujer, ser mujer: ¿cómo, cuándo, para quién, cuánto, para qué?... Me parece que esto nos  convoca a pensar en la cuestión del VALOR. El tema del valor es uno de los que atormentan a la mujer, dicho de otro modo: ¿qué valgo? ¿cuánto valgo? ¿para quién valgo? ¿para qué valgo? son preguntas que abren uno de los terrenos de la reflexión de la mujer de hoy, aquí y ahora y que contribuyen a definir su identidad.

 Ya fue mencionado en el coloquio de la semana pasada:
"La paradoja a la que debemos enfrentarnos es que, el estereotipo del rol femenino en nuestra sociedad viene a determinar como pertinentes al género una serie de conductas que, al mismo tiempo, poseen una baja estimación social y son sospechosas desde el punto de vista sanitario, por ejemplo: la dependencia de los demás para definir la existencia ".
 También planteabais: "si no les doy a mis hijos y mis nietos lo que esperan de mí ¿me seguirán queriendo?".  Podrían esbozarse estas otras preguntas: ¿Por qué me quieren?, ¿Cuánto valgo para ellos?.

 Estas preguntas sobre el valor no se limitan, se despliegan en los distintos roles que  desempeña la mujer y son generadoras de angustia:
 
 Recordar aquí que el rol del género “mujer” se asocia tradicionalmente
más con lo expresivo y el rol del género “hombre”, con lo instrumental.
 
 Valor como mujer - esposa
     "          "         - madre
     "          "         - trabajadora

 Respecto al 1ro. y 2do. de estos valores, recordaremos aquí algunos cuentos que, seguramente, a la mayoría nos han contado cuando éramos niñas:
 La Cenicienta, Blancanieves y la Bella Durmiente. En ellos, la protagonista es una bella jovencita, a quien una figura materna celosa y envidiosa de su juventud y belleza deseaba eliminar. La jovencita lograba sobrevivir refugiada en un ámbito cerrado: Cenicienta en la cocina, Blancanieves en la casita del bosque y la Bella Durmiente en una caja de cristal, hasta que algún príncipe, también joven y guapo y además, valiente,  enamorado de su belleza y juventud, la rescataba.  Los cuentos nos dicen que fueron felices, pero no nos explican qué pasaba cuando esas jovencitas pasaban, a su vez, a constituirse ellas mismas, en mujeres de más edad. El modelo que los cuentos nos proponían acerca de las mujeres de edad, más allá de la primera juventud, era de mujeres desagradables hasta la deformidad, con personalidades crueles, distorsionadas por el rencor y el odio.
  Si los cuentos, como los mitos, se basan en los más profundos temores y preocupaciones de los seres humanos, en estos vemos cómo aparece reflejada la angustia por el pasaje a la edad madura en las mujeres y cómo el hombre-principe, con su elección, determina quién es la bella y joven en cada caso.

 ¿Y por qué ese temor de las mujeres al paso de los años? Parece estar
basado en que las cualidades más valoradas, con más valor social, tales como su capacidad de atractivo sexual, para tener hijos y criarlos, se manifiestan en la juventud, con los atributos de belleza física y fertilidad. Según van pasando los años, se vuelve menos atractiva físicamente y su función maternal es cada vez menos relevante. La pregunta  es:
¿pierde por ello valor? ¿se acaban sus funciones, su ser queda desprovisto de sentido?

 Tradicionalmente, las mujeres no han sido estimuladas a desarrollar aquellas cualidades que, por lo general, mejoran con los años, tales como la  capacidad intelectual y la de aplicar el saber de la experiencia a la resolución de problemas (matizamos: en un mundo tan rápidamente cambiante como el nuestro -y esto lo comentábamos hace pocos días con una compañera- ¡de qué poco valen las experiencias hechas hace una o dos generaciones atrás!)

 En consecuencia, no es extraño que la mujer, en la edad media de su vida, experimente sentimientos de pérdida, angustia, ansiedad, depresión y desvalorización.
 A propósito de la depresión,  la ansiedad, la angustia (los "males del corazón") y sus posibles destinos, creo oportuno recordar aquí los resultados de un estudio que realizamos en la Concejalía de Sanidad, sobre el Consumo de Psicotropos (medicamentos que actúan sobre el Sistema Nervioso Central) en Majadahonda, a través de las ventas de varias farmacias del pueblo, durante tres meses en el año 1992. Se recogían, de forma anónima, por sexo y edad, los nombres de los psicofármacos comprados diariamente, incluso en las guardias. Detectamos que las mujeres entre los 40 y los 50 años eran las mayores consumidoras de psicofármacos,  y entre estos, las benzodiacepinas (son los llamados tranquilizantes). También son las que más cápsulas adelgazantes tomaban (aclarar anfetaminas, uso y efecto "rebote": depresión). Por otra parte, estos resultados no son muy diferentes de los verificados en estudios similares realizados en Francia, Alemania y E.E.U.U.  Quedaría por plantearse, siguiendo con nuestro tema, la importancia que las mujeres damos a la expresión de los sentimientos, a la palabra, a nuestra palabra... Por cierto, me parece oportuno recordar aquí que fue una mujer, Anna O., paciente de Freud, quien contribuyó (en cierto modo, con su demanda) al surgimiento del Psicoanálisis, cuando le dijo a éste: "déjeme hablar, ya verá cómo me calmo"...

 Retomando el tema del valor: ¿qué atormenta a la mujer en su relación con el hombre? ¿cuáles son los fantasmas que se reactivan en este vínculo?: según veíamos en los cuentos, el temor a no ser elegida, no ser deseada, no ser suficientemente apetecible, o suficientemente joven o  demasiado fea, vieja o gorda. Estos sentimientos de inadecuación no los suele experimentar el hombre, puesto que la belleza y la juventud no son cualidades necesarias para el desempeño de su rol: aún hoy es frecuente oír comentarios de admiración cuando un señor mayor se relaciona afectivamente con una jovencita y, en cambio, son de reprobación referidos a la mujer mayor que se vincula amorosamente con un joven.

 La mujer se atormenta con la pregunta por el valor y es otro quien tiene que responderle, un Otro distinto de ella: primero es el padre, luego la pareja, después, el superior en el trabajo.
 
Recordemos los inicios de la vida infantil, en una evolución psicosexual
más o menos normal: para la criatura la madre lo es todo, es quien la alimenta, la calma, la nutre: es su primer objeto de amor. Para la madre, también es importante  el amor de su bebé, pero también debe compartirlo o mejor, "repartirlo", entre el resto de la familia: el padre y, si los hay, los otros hijos. La niña descubre, luego del momento inicial de fusión con la madre, que ella no lo es todo para su progenitora, que ésta está pendiente del padre y que éste desea a la madre. De ahí surge la primera pregunta: y yo, ¿qué valor tengo?  De pequeña, la niña debe transferir al padre el amor que siente por su madre (es la famosa etapa edípica). El padre  la tranquiliza, reconociendo a la niña, no aumentando la angustia que ésta experimenta. La niña depende de la voluntad y el deseo del padre. El hecho de ser deseada por el padre, marca la posición de ser luego deseada por un hombre.

   La mujer necesita la autorización, el reconocimiento (a esto último se refieren muchas de las quejas que expresan las mujeres en las consultas: a la falta de reconocimiento de su tarea, de su valor). Es bien conocida esa escena del cuento en que la madrastra le pregunta al espejo (no confía en lo que ven sus ojos): "Espejito, espejito, ¿quién es la más bella? Y para su disgusto, el espejo le responde: Blancanieves"  

 ¿Y con relación a los hijos, qué atormenta a las mujeres? Se cuestiona: ¿Lo habrá hecho bien? ¿podrán valerse por sí mismos? ¿qué va a ser de ellos cuando estén solos? ¿qué futuro tendrán? ¿En quién se van a apoyar? (también  podríamos preguntarnos: ¿en quién  o en qué se va a apoyar la madre cuando los hijos crezcan?)  Angustia por el desempeño de la función, por la separación, por su futuro etc.

 ¿Qué aflige a las mujeres en lo laboral, en el trabajo fuera de casa? Que no sea suficientemente capaz para el desempeño de la tarea, que no la valoren económicamente, que no pueda resolver adecuadamente los enfrentamientos o conflictos laborales. He aquí otra cuestión para la que habitualmente no se prepara a las mujeres: para las relaciones de competencia.

 Los varones, desde pequeños, son estimulados para jugar más la competencia, además, lo enuncian claramente, sus juegos la potencian: hablan de ganar al otro, de quedar por encima, no de hacerlo desaparecer.  En cambio, las niñas no tienen ese aprendizaje social, hay mucho temor a la competencia, suelen experimentar miedo a la propia hostilidad y envidia, como si el competir tuviera una potencia mortífera, que destruyera al otro. También podemos observar que entre las mujeres se suelen dar más relaciones de cooperación que de competencia.

 Los muchachos siguen expresando su preferencia por los deportes competitivos, y las chicas, por las actividades de preparación y estar
en forma. Aún cuando ahora las mujeres practican actividades deportivas
con más frecuencia, la victoria sobre los demás les parece menos importante que la actividad física en sí. Para los hombres la competición, el rivalizar con los demás, ganar, ser el mejor, se contempla como un valor en sí mismo.

 Lo que se pone de manifiesto en esta época es una ruptura histórica
en la manera en que se construye la identidad femenina, así como las
relaciones entre los sexos.

 Finalmente, me parece interesante, antes de entrar al debate, referirme
a un sociólogo francés, Gilles Lipovesky, quien habla de “la tercera mujer”.

 El habla de la primera mujer o mujer despreciada: sería la desvalorizada
o despreciada, desde el origen.  La mujer como elemento oscuro y diabólico.
Al hombre se le atribuyen valores positivos y a la mujer, negativos.

 Una sola función escapa a esta desvalorización: es la maternidad.
 La mujer se asocia con actos de magia y brujería, con fuerzas que
agreden el orden social.  El hombre, con funciones políticas, militares
y sacerdotales, capaces de procurar el mayor reconocimiento social.

 La mujer aparece como mal necesario, ser inferior sistemáticamente desvalorizado.
  
 La segunda mujer o mujer exaltada: la figura de la primera mujer
subsiste en algunos espacios de nuestra sociedad hasta los inicios del
siglo XIX.

 Sin embargo, a partir del siglo XII se desarrolla el culto a la
Dama (con mayúsculas); entre los siglos XVI y XVIII se multiplican los
discursos que alaban los méritos y virtudes de la mujer ilustre: se admiran los  efectos beneficiosos de la mujer sobre las costumbres, la cortesía y el arte de vivir.

 En el siglo XVIII y, sobre todo, en el XIX, se sacraliza a la
esposa – madre – educadora. Se declara al “bello sexo” como más próximo a la divinidad que el hombre, se canta a la mujer como el rayo de luz que ilumina y colma el apagado universo masculino.

 Se pasa del desprecio tradicional a la sacralización de la mujer
(aclarando que esto no invalida la jerarquía social de los sexos: las
decisiones importantes siguen siendo cosa de hombres, la mujer no tiene
independencia económica ni intelectual y debe obediencia al marido).

 A partir del siglo XVIII se difunde la idea que la potencia del
“sexo débil” es inmensa como civilizadora de las costumbres, educadora
de los hijos, “hada del hogar”.

 En esta “mujer idolatrada”, las feministas verifican una forma suprema
del dominio masculino.

La tercera mujer o mujer indeterminada: se caracteriza por una creciente
autonomía respecto a la influencia que tradicionalmente han ejercido los
hombres sobre las definiciones y significaciones (el valor) imaginario-sociales de la mujer.

 A la primera mujer se la diabolizó y despreció, a la segunda, se la
aduló, idealizó y colocó en un trono. Pero, en todos los casos, era el
hombre quien la pensaba, quien la definía.

 En las democracias occidentales en esta época, el destino femenino
entra, por primera vez, en una era de impulsividad y de apertura estructural:
¿qué estudiar?, ¿dirigida a qué profesión? ¿qué trayectoria seguir?
¿casarse o no?, ¿divorciarse o no?, ¿cuántos hijos y cuándo?, ¿trabajo a
tiempo parcial o completo?, ¿cómo conciliar vida profesional y vida maternal?
Todo es ahora objeto de elección (recordar que toda elección tiene un
precio), de interrogación, de valoración, sin que haya prácticamente
actividades vetadas a las mujeres. Nos vemos abocadas, con igual legitimidad que los hombres, a definir e inventar, paso a paso, nuestras vidas.

 Y aquí remarca Lipovesky: ¿es posible olvidar el valor fundamental de la función de la maternidad y cuidado de los niños en el rol femenino? ¿Seguirá constituyendo un obstáculo para la inclusión de la mujer en el espacio público?
            
 ¿Se muestran las mujeres poco fascinadas por el ejercicio del poder y por el riesgo? ¿o es efecto aún de normas socio-históricas que valoran la
implicación del yo femenino en las dimensiones privadas de la existencia?
Habrá más preguntas: están aún por escribirse.

BIBLIOGRAFÍA

BRACONIER, Alain: “El sexo de las emociones”, Ed. Andrés Bello
GONZALEZ DURO, Enrique: “Las neurosis del ama de casa”, Ed. Eudema
LIPOVESKY, Gilles: “La tercera mujer”, Ed. Anagrama
SAEZ BUENAVENTURA, Carmen y otras: “Mujer, locura y feminismo”, Ed.Dédalo


* Este artículo es una de los dos ponencias que sirvieron de información en un trabajo comunitario con mujeres, que bajo el título genérico de "La Mujer Imprescindible. Taller sobre ocupaciones y preocupaciones", tuvo lugar en Majadahonda, Madrid, en el último trimestre de 1.999, organizado por la Concejalía de Servicios Sociales, junto a la de Sanidad y Consumo y en colaboración con la de Educación, Juventud y Deportes. Las autoras hicieron el esfuerzo de articular un discurso próximo a las mujeres participantes, pegado a su cotidianidad, a fin de que éstas se apropiasen del mismo para hablar de sus preocupaciones -y/o de sus ocupaciones, como pedía el título del Taller-. Se abordan en estas charlas cuestiones relativas a la constitución del rol femenino, sus efectos en la identidad y la exigencia -externa, pero fundamentalmente propia- de compatibilizar con éxito la función tradicional con el trabajo productivo y/o con otras formas de participación social.


María Celia Mendina es psicóloga. Concejalías de Sanidad y Servicios Sociales del Ayuntamiento de Majadahonda – Madrid-.


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